Naufragios (en tierra firme) de Castell, por José Alberto Velázquez

martes, agosto 19, 2014
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Frank Castell. Foto: Un vuelo sin pasaje


NAUFRAGIOS (EN TIERRA FIRME) DE CASTELL


Llamémosle “dispersión generacional”. Ocurre cuando, por la razón que sea y en un tiempo determinado, surgen fuera del mismo núcleo geográfico hornadas de escritores en este caso, con calidad suficiente para configurar, no ya una moda o una corriente afín (la distancia no lo permite), pero sí un conjunto de obras que en mayor o menor medida resultan beneficiosas para las letras nacionales. Los años Noventa en Cuba fueron testigos de una eclosión sin precedentes, sobre todo en el terreno de la poesía. Tal vez la oscuridad de las carencias obligaron al individuo a vivir con lo esencial, volverse hacia adentro. De los miles de nombres surgidos en ese período (doblemente especial) han quedado unos pocos que la nueva prosperidad o el éxodo o la desidia no consiguieron arrebatarnos. Escribiré, muy brevemente, sobre uno de ellos quien, como esa mencionada ola de autores solitarios y distantes de la capital, se arriesga (nos arriesgamos) a no ser “descubiertos”; a que la siguiente generación reciba un canon vacío, incompleto, mayoritariamente capitalino.
Toda la poesía de Frank Castell González (Las Tunas, 1976) se mueve en torno a las estructuras del yo. Carece de importancia aquí establecer diferencias entre yo y ego. Si en su anterior Final del día (décimas, Sanlope, 2012) usaba las “estrategias de las máscaras” para explotar y explorar ángulos más diversos de la propia dimensión personal, usando como referentes actrices de cine, poetas, gente común a la que el vértigo del vacío y la precaria grandeza del suicidio hizo visibles en su momento y siempre, en Salmos oscuros (poesía, Editorial oriente, 2013) la intensidad del discurso autobiográfico adquiere matices lindantes con la desesperación.
En mi modesto criterio, Frank es un poeta que no se destaca precisamente por una sólida diversidad de recursos expresivos. Sus poemas, cortos sin excepción, son lineales y carentes de esa “suciedad”, de esas impurezas que, nos guste o no, componen buena parte de la vida y, por ende, de la literatura. Sin embargo, que mediante medios en apariencia artesanales consiga erigir una poesía de permanencia, tan escasa a ratos, no demerita al poeta sino que lo coloca en una dimensión cuasi heroica, prácticamente inalcanzable.
Las poquísimas ocasiones en que Frank no escribe de sí mismo lo hace desde sí mismo. La realidad, a la postre, ha demostrado ser positivista: no existe sin alguien que la habite o la valore, y Castell extrae de la suya y la de los demás, desdoblándose en ellos, una esencia pura, un concepto inalterable: sufre y ve sufrir; luego (después) existe. Esto lo hace universal y, hasta que el tiempo demuestre lo contrario, imperecedero. La patria, un amigo muerto, la ciudad donde se vive (es decir, donde se muere, es decir, Puerto Padre) son los temas que este libro agota, recicla, vuelve a activar hasta conseguir el convencimiento puro, la identidad plena del lector. Si el abuso no hubiera desgastado el término, pudiéramos asegurar que Castell es un autor “tanático”. Su dolencia lo aproxima a la muerte, pero una vez más, en cada átomo de su frágil figura late la vida como en ningún otro autor que yo haya conocido nunca. No es grandilocuencia. Quien lo leyó, lo sabe.
Escribe en Salmos oscuros: “el polvo me dice márchate, deja este sitio de naufragios” (p. 13), y más adelante añade “Nunca digas fuego si tu verdad es náufraga”(p. 25). Y sin pausa el mar, la arena, la patria, la arena, el mar, el yo que se hunde “como un barco ciego” (p. 36), “Peces náufragos que no recuerdan” (p. 47), “Aquí estoy mientras se pierde todo a la deriva” (P. 55), “en la avalancha de naufragios que es la vida” (p. 64). Si la piñeriana “maldita circunstancia del agua por todas partes”, con su ineludible neorromanticismo ha manchado el expediente de otros escribas durante generaciones, en Castell el mar es un nudo causal y casual sobre el cual se escribe, no un enemigo, mucho menos un dios, simplemente parte del paisaje, como el hecho de los padres, el país de nacimiento, el idioma: no se escogen. Un día el sujeto (lírico, real) se descubre en ellos, y a bregar entonces. Lo que sí resulta posible elegir, creo que lo único, es el carácter, y en Salmos oscuros está muy bien definido, aparece en cada verso, en cada énfasis de hastío y desesperanza que, como se sabe, es la versión más refinada, por ambiciosa, de la Esperanza.
Aclaremos: pese a la intensa carga de dolor que lo agrupa en una unidad temática de lujo, este no es un cuaderno argumentado entre la humedad de las lágrimas ni la nocividad del rencor o el coral patetismo de las neurosis. Se siente en él una grandeza que se opone al pueril minimalismo que ofende a buena parte de la poesía reinante. Hay un background de lecturas sabiamente escogidas, una ilación de vivencias reales que han ido perfeccionando al hombre. “El diamante, antes que luz, es carbón”, reza el nada sencillo verso de Martí. De eso se trata: dejar la menor cantidad de carbón posible sobre la página hasta convertirla en una joya. Algo así es difícil, muy difícil. No someterse a la moda premiable en los concursos más importantes. No falsificar un triunfo, ni siquiera una derrota. Ser uno mismo y ya, que baste la vida sin viajar, sin un largo y limpio viaje para no pudrirse frente a la bahía donde, después de todo y literalmente, vive.
Obligándonos a sistematizar, Frank puede ser colocado (en cuanto a calidad, edad y “orientalidad”, no estilo) entre el santiaguero Eduard Encina (1973) —acaso el poeta que con mayor eficacia ha encontrado una voz perfecta—, y el tunero Carlos Esquivel (1968), impactante en su feliz avalancha de alusiones cultas o de una surrealista referencialidad.
Poesía es, y basta, lo que hace retroceder al vacío. Los no tan oscuros Salmos…de Castell, cuidadosamente editados por la Editorial Oriente , son un momento de la literatura cubana que merece ser atendido. En mi testimonio personal, su lectura me ha dado fuerzas, me ha vuelto más inteligente, me ha hecho mejor persona. Creo que no se puede pedir más de un libro. Eso creo.


José Alberto Velázquez. (Las Tunas, 1978).
Poeta y narrador.

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