La poesía puede estremecer los cimientos de una nación
Fuente:
Juventud rebelde
Frank Castell González llegó a la poesía desde muy joven. Era
ajedrecista y estudiaba en la Escuela Superior de Perfeccionamiento
Atlético (ESPA) de Las Tunas, cuando participó en un taller literario
Frank Castell González llegó a la poesía desde muy joven. Era
ajedrecista y estudiaba en la Escuela Superior de Perfeccionamiento
Atlético (ESPA) de Las Tunas, cuando participó en un taller literario,
gracias a su amigo Isael Pérez Campos, lamentablemente fallecido. Ese
hecho marcó sus inicios, antes de matricular en el Instituto Superior
Pedagógico Pepito Tey. «Un período intenso que recuerdo con
satisfacción, porque no fui un alumno excelente, pero supe aprovechar
ese tiempo», reconoce.
Tampoco olvida la etapa en que casi todas las tardes iba con Osmany
Oduardo a casa de Guillermo Vidal, a conversar sobre los proyectos, las
preocupaciones y los demonios que acechan al escritor. «Guillermo se
convirtió en un padre, por eso la mejor manera de rendirle homenaje es
asumir con responsabilidad todo cuanto escribo, porque la vida está
llena de tristeza. De hecho, mis poemas son una coraza para vencer el
olvido del presente». Y para demostrarlo, ahí está su más reciente
poemario
Salmos oscuros, que vio la luz en la pasada
Feria Internacional del Libro y que acaba de presentarse en la VI
Jornada literaria Orígenes, que organiza la Asociación Hermanos Saíz de
Contramaestre, en Santiago de Cuba.
—Por un buen tiempo estuviste muy al acecho de concursos literarios. ¿Valió la pena?
—Cuando se es joven y se busca atraer la mirada de críticos e
instituciones, los concursos ofrecen la oportunidad de darse a conocer e
ingresar a la Asociación Hermanos Saíz. Durante los años 90 del pasado
siglo, era casi la única manera de publicar. De modo que concursé y
alcancé algunos premios nacionales, mientras en Las Tunas se me abrieron
las puertas a las publicaciones.
«Los premios no son un medidor de la calidad de un escritor, pero sí
un estímulo para continuar trabajando. En la actualidad apenas concurso,
porque cada día es más difícil salir victorioso de las modas de este
tiempo. Me horroriza el nivel de cabildeo que existe y la desventaja de
los que estamos fuera del circuito de vencedores que prevalece ahora.
Soy poeta que escribe lo que siente y padece. No someto mi obra para
ganar un premio. Para mí el reconocimiento mayor es el aplauso o la
llamada de alguien que no conozco, pero que se identifica con mi
poesía».
—Tienes cinco libros publicados y apareces en más de 15
antologías nacionales e internacionales. Entonces, el fatalismo no te ha
afectado tanto pese a vivir en Puerto Padre. ¿Qué le debe tu obra
literaria a esa tierra?
—Puerto Padre constituye un municipio con una tradición cultural muy
grande. Es la tierra de Emiliano Salvador, Juan Pablo Torres y Enrique
Peña, por solo citar a tres figuras importantes. Aquí nacieron mis
proyectos literarios motivados por el distanciamiento de los círculos
«de poder»: dígase viajes al exterior, eventos importantes, acceso a la
promoción. Llevo diez años en este lugar escribiendo como un desesperado
náufrago, porque tengo un compromiso con el tiempo, y mi obra es
testimonio de este país. En los pequeños pueblos de Cuba se viven
intensas historias, conflictos más trascendentes que en La Habana o en
cualquier otra ciudad.
«Me molesta que directivos e incluso colegas se sorprendan al
escuchar mis textos o los de otro autor de esta zona. No hay necesidad
de que esto suceda si existiera la promoción adecuada. Una vez lo dije
en la capital: “soy de Las Tunas, un lugar lejano de La Habana, pero muy
cerca del mundo”. El fatalismo no me ha afectado de forma tan directa
porque trabajo y leo, y no siento temor a escribir lo que algunos
prefieren callar».
—Escribes teatro, narrativa, críticas artístico-literarias,
pero el mayor peso de tu creación recae en la poesía. ¿Por qué?
¿Consideras que todavía esta se puede vender?
—La poesía es un género de trascendencia. Durante años la asumo como
una voz necesaria. Ahora se está dando un fenómeno en las editoriales
cubanas relacionado con el mercado y con publicar lo que vende. Hay algo
que no se debe descuidar, y es la promoción del libro. Un libro de
poesía se puede vender si se realiza una buena campaña promocional y se
buscan los espacios idóneos para su distribución y venta. Se necesita
más profesionalidad en las instituciones culturales para lograr un mayor
impacto.
«En 2003 tuve la oportunidad de recorrer el país en la gira La
Estrella de Cuba, junto a poetas y trovadores. Nos presentamos en muchos
lugares. Llenamos parques, teatros, y el público se identificó y compró
los libros. Eso dice mucho. Hay que tener cuidado con la palabra
“mercado”. Debe existir equilibrio. Hace unos días conversé con el poeta
Roberto Manzano sobre este tema, quien me alertó con la mirada puesta
en el futuro: “Estoy preparado para realizar autoediciones si en el peor
de los casos se impusiera el mercado sobre el arte”».
—Dentro de la poesía, la décima te atrae especialmente...
—Me inicié escribiendo décima y lo agradezco. La décima me ofreció el
camino: empezar bien y cerrar el poema de forma contundente. Tuve la
suerte de pertenecer al taller literario Cucalambé, que dirigía el poeta
Carlos Téllez. Éramos jóvenes que comenzábamos a despuntar: Osmany
Oduardo, Jorge Luis Peña Reyes, José Alberto Velázquez, Ray Faxas.
Éramos la continuidad de Guillermo Vidal, Ramiro Duarte, Alberto
Garrido, Carlos Esquivel, y teníamos unos inmensos deseos de escribir.
La décima en los años 90 hizo aportes a la poesía cubana, y Las Tunas
era parte de esa revolución, porque confluían autores de todas partes de
Cuba como José Luis Serrano, Ronel González, Yamil Díaz, Jesús David
Curbelo, Alexis Díaz Pimienta. Pero también estaba un libro tan
contundente como
Hambre del piano, de Carlos Téllez.
«La décima me enseñó que la poesía es síntesis, es fuerza. Por eso mi primer libro,
El suave ruido de las sombras, lo escribí de esa manera. En 2012 cerré el ciclo de la décima con
Final del día,
una deuda con esos años duros y hermosos del taller literario. Ahora me
mueve más el verso libre. En sus “aguas” me siento con mayor seguridad.
Pero agradezco, de esos primeros años, la presencia de la décima, el
filo implacable de su música».
—Tu más reciente publicación, Salmos oscuros
(Editorial Oriente, 2013), ha sido muy elogiada. ¿Cuáles fueron las motivaciones que te llevaron a escribirla?
—Es un libro que nació del dolor y de las preguntas difíciles que me
hago todos los días. Preguntas que respondo con la mayor honestidad
posible, porque el poeta es un cronista del tiempo que le toca vivir. Lo
entregué a la Editorial Oriente y para sorpresa mía fue aprobado. La
ilustración de cubierta es de mi amigo, el poeta y artista de la
plástica Eduard Encina, un intelectual que asume su obra con valor en un
lugar llamado Baire, donde hay más poesía de la que se piensa. El libro
se presentó en la Feria Internacional de La Habana y en Las Tunas.
«Son poemas que van a la esencia de la Cuba de hoy. Quien se adentre
en sus páginas podrá conocer cómo piensa y sobrevive Frank Castell.
Salmos oscuros
es mi forma de reafirmar que la poesía, aunque esté en desventaja
respecto a otros géneros literarios, y sea vista como que interesa solo a
minorías, puede estremecer los cimientos de una nación».
—Igual apareces en Poderosos pianos amarillos. Poemas cubanos a Gastón Baquero,
de Ediciones La Luz...
—Ediciones La Luz, en el tiempo que tiene de fundada, ha asumido una labor editorial interesante.
Poderosos pianos amarillos… es
una antología que se le «escapó» a La Habana, y eso demuestra que desde
las provincias se gestan proyectos atractivos y competentes. Además del
homenaje a Gastón Baquero, habían salido dos selecciones con
resonancia:
La Isla en versos y
Todo un cortejo caprichoso. Hay que resaltar que de
La Isla…
se logró grabar 25 de los cien poetas recogidos en ella y se realizó un
audiolibro en el que por suerte estoy. Luis Yuseff y su joven y
dinámico equipo de trabajo merecen el reconocimiento de artistas y
directivos por llevar a la práctica ideas tan buenas.
—¿A qué le atribuyes que Naufragios, un texto que contiene cinco
piezas teatrales, aún permanezca inédito? Bueno, es la suerte que
también están corriendo Confesiones de papel
(entrevistas y reseñas), Los hijos de Caín
(novela), así como Fragmentos de Isla, Caída Libre y Teatro de la noche
(poesía).
—Soy en esencia poeta. Respeto mucho el resto de los géneros
literarios. Por eso no me molesta que esos textos se mantengan inéditos.
Soy muy exigente con mi obra y, aunque me gustaría verlos publicados,
prefiero se den a conocer cuando estén creadas las condiciones. Sé que
todavía estoy ante los tantos caminos que la literatura dispone para mí.
Por ahora me queda la satisfacción de disfrutarlos en silencio desde la
soledad de mi casa. El tiempo dirá la última palabra.
—¿Qué sucedió con Los reyes solitarios, aquella novela que escribías sobre el mundo del ajedrez?
—
Los reyes solitarios es mi deuda con el ajedrez. La
comencé a escribir en el año 2003 mientras pasaba por una etapa
compleja de mi vida: el divorcio. Fue gratificante, aunque duro,
levantarme todos los días a las tres y treinta de la madrugada y caminar
varios kilómetros hasta el Centro Provincial del Libro para trabajar
hasta cerca de las siete de la mañana. Es un compromiso que tuve con
Guillermo Vidal y por razones diversas no pude concretar. Pero sé que
pronto estará lista, para que el lector sea parte de esa historia de
ficción con elementos de la realidad.
—Coméntame sobre la revista de pensamiento literario Quijotes.
—Esta revista representa el sueño de varios amigos de darle a Puerto
Padre ubicación en el mapa cultural del país. Es un proyecto ambicioso
que tiene tres números publicados. Ahora está al salir un dossier sobre
el erotismo desde diferentes puntos de vista. Comenzamos en formato
digital, pero aspiramos a que se imprima y se distribuya por toda la
Isla. Estamos en el engorroso trámite de legalización para la búsqueda
de apoyo financiero. Sería excelente que cristalizara, porque es una
propuesta interesante.
—¿Qué te aportó formar parte, en cierto momento, del proyecto
cultural La Isla en el Centro, que organizan el Centro Dulce María
Loynaz y el Instituto Cubano del Libro?
—La Isla en el Centro significó ir a La Habana y participar en varias
actividades. Resultó grato compartir mis poemas en la librería Fayad
Jamís, en el espacio Aire de luz. Una tarde espléndida, porque
asistieron muchas personas a escucharnos a María Liliana Celorrio y a
mí. También participé en el programa
A trasluz, una
entrevista con el poeta, narrador y crítico Jesús David Curbelo. Es
necesario que los escritores se integren de forma sistemática a la vida
cultural de la capital, para que la crítica conozca lo que se escribe
más allá de sus muros. Fue una experiencia que me estimuló a continuar
esta carrera de fondo que es la literatura.